Que te parecieron las historias?

miércoles, 18 de mayo de 2011

My sweet lord

La relación que tenían era de dos buenos vecinos, aunque él le tuvo ganas desde la primera vez que la vió. Tenía unas tetas divinas, un físico bárbaro: flaquita y con buen culo y cara de atorranta “fina”: adicta al sexo oral, según él. Cada vez que se cruzaban, trataba de disimular las ganas de voltearsela, con un buen día amable y algún que otro comentario afable. No la avanzaba porque el marido de ella le caía bien. Si no hubiese sido por eso, seguro que algo hubiese intentado; claro está que al margen de esto, más de una vez le dedicó una.
Se puede decir que Martín era exitoso con las mujeres, todo un ganador. Era una persona enigmática, atrevida, seria y desfachatada. A la vez, irónica, sensible; un combo difícil de resistir para el sexo opuesto. No era de esas personas que hablaran demasiado, todo lo contrario. Decía lo justo y necesario; pero tenía un lenguaje corporal: sus gestos, su tono de voz, su mirada, una mirada que por momentos podía ser esquiva. Aunque en el momento justo, te clavaba sus ojos marrones, penetrantes, transparentes; y hacía que el tiempo se parase. Su cabello castaño, sus cejas anchas, sus gestos marcados, sus labios carnosos, su postura segura, su cuerpo atlético y su metro ochenta y cinco; eran esas cosas que facilitaban el acercamiento a cualquier chica que él se propusiese conquistar y que cualquiera de “la banda” envidiaba de él. Que pedazo de hijo de puta: como salía de una situación complicada, sólo con una sonrisa o un “dejalo que fluya” (como él decía); que fácil hacía lo difícil.
En las reuniones sociales de las “pibes” tenía el mote de ser un excelente relator de anécdotas. Aunque siempre contaba las mismas, se las arreglaba para mechar con algún condimento nuevo, sin importar a esa altura si era cierto o no –aunque no mentía, a lo sumo exageraba-. Siempre sumaba en cualquier grupo.
Realmente una persona que le sobraba paño. El carisma era un don natural, y lo sorprendente que no era una persona ni arrogante ni pedante, sino más bien lo contrario. Lo que hacía que la mayoría de la gente lo quisiera. Era un tipo noble, frontal y sincero.
Fue esa chica Carolina, la que lo llevo naturalmente a ese trío de ensueño. La conoció en un bar esos llenos de extranjeros, que abundan en el centro. A esa altura de la noche Martín ya se encontraba con su tercer whisky encima, y solo: porque sus amigos ya se habían ido. La vio en al barra, una pendeja de sonrisa divina, muy sensual, no apta para principiantes, y acompañada de una amiga. Sin pensar demasiado se acercó, le pasó suavemente la mano por la cintura, y le dijo al oído:
-          Estoy seguro de que si nosotros dos nos ponemos a conversar, esta noche la podemos pasar mucho mejor de la que la venimos pasando.
-          Estas tan seguro? – le contestó ella en un tono frío y distante.
El sabía que iba a tener que trabajar y recurrir a todo su ingenio para dar vuelta el partido.
-          Totalmente. 100% seguro. – replicó él con su mejor sonrisa de “Don Juan”.
-          No creo. – contestó ella muy cortante y con mucha cara de ojete.
-          Tenés razón, contra esa actitud cerrada que tenés no se puede hacer nada. Mirá, nena, yo te venía a ofrecer una conversación interesante porque percibí que sos inteligente, a parte de bonita. No te vine a sugerir un trío con tu amiga; sólo una conversación agradable. Pero bueno, puede ser que no vine en tu mejor momento, querrás estar con tu amiga, yo no te caí bien o no tenés los planetas alineados. Así que hagamos una cosa, me voy, te dejo tranquila; pero también te dejo mi tarjeta, por si cambias de parecer: me llamas y salimos. – le contestó él, y la despidió besándola muy suavemente en la mejilla.
Dio media vuelta y se fue. A los 10 pasos ya estaba conversando muy animadamente con otra chica. No obstante,  Carolina, como buena histérica que era, se quedo observando como charlaban. Desde la distancia se veía que la conversación era agradable, por la manera en que gesticulaban. A los cinco minutos, estaban besándose apasionadamente. Carolina se sintió celosa y realmente comenzó a desearlo en ese momento. Tomó la tarjeta que le dejó Martín, y le mando un SMS: “Tengo ganas de estar con vos. Te espero en la barra.”
Cuando el leyó el mensaje dudó por un instante en salir a su encuentro, pero realmente le atraía más Carolina, así que se despidió previo intercambio de teléfonos y se acercó a la barra, ahí la vio a ella. Se acercó seguro y lento: cuando estuvo cara a cara, apoyo sus manos en la barra, cercándola con sus brazos, casí dejándola sin posibilidad de moverse, y le dijo, susurrándole al oído: “Me alegro que hayas cambiado de opinión, igual date cuenta que ahora no tenés escapatoria.”. “Mi idea es no escaparme a ningún lado”, respondió ella con un tono muy sensual, de perra dominada. El tomó con su mano derecha su mentón, la miró unos 5 segundos y comenzó a besarla suavemente. Primero labio con labio, luego comenzó a morder suavemente sus labios. Luego hizo contacto con su lengua, lengua con lengua iban y venían, ella comenzaba a excitarse. La tomó de la cintura y comenzó a hacer contacto con su sexo erecto suavemente sobre su pubis. Bailaba lentamente con ella, mientras la apoyaba, comenzó a besarla por detrás de las orejas, suavemente. Pasaba su lengua y le exhalaba y le susurraba: “sos muy sensual, me excitas mucho, nena”. Ella en ese momento estalló. Comenzó a gemir entrecortadamente. Deslizó su mano desde el pecho de Martín hasta su pene, que a esta altura estaba en toda su plenitud erecta. “Estamos dando un espectáculo, vamos a un lugar más tranquilo”, le dijo ella con su voz entrecortada.
Martín había dejado el auto a 1 cuadra, saludó al “patova” de la puerta chocando su mano derecha, mientras con la izquierda la abrazaba a ella.
-          Como te soltaste nena! Estas desenfrenada, así me gustas.
-          Sí, no suelo ser asi, pero no se que tenes vos, que perfume usas?
Que pregunta pelotuda pensó él, por favor no puedo creer la boludez que está diciendo esta mina. Pensó para sus adentros Martín.
-          Macho, pija. De Calvin Klein – se le ocurrió contestar.
Llegaron al auto, Martín le abrió la puerta como un caballero, dio la vuelta al auto, subió por su lado y cerró la puerta. Apenas sucedido esto, ella se le tiró encima y comenzó a besarlo con excitación. A él no le gustaba que lo dominaran en el sexo: 
-          Nena, recatate un poco, a este ritmo no vamos a llegar a mi casa
-          Si, yo no soy así, pero no me puedo controlar. Quiero tocarte, que me toques, hacer el amor con vos, ya.
En ese mismo momento puso el auto en marcha y salió arando. A los pocos minutos ella comenzó a acariciar sus piernas, subiendo lentamente hasta su sexo. Comenzó a frotar delicadamente su miembro, que a los instantes estaba erecto. “Dejame, quiero besarla, dejame sentirla dentro de mi boca, por favor”, le suplicó a Martín. Desde ese momento el conducir se le hizo casi imposible, aminoró la marcha casi a paso de hombre: ella se inclinó, desabrochó su pantalón, comenzó a masturbarlo lentamente, mientras con su lengua rozaba su cabeza. “Me encanta tu pija” – le dijo en susurros, mientras se la introducía lentamente, siguiendo con un movimiento delicado de sube y baja con su mano. Jugaba con ella dentro de su boca, por momentos le pasaba la lengua por todo su contorno superior, hacía una pausa y comenzaba nuevamente con el rito. Martín se retorcía del placer, tratando de mantener la marcha lenta. “Dámela, la quiero toda”, le pidió ella. El frenó el auto en doble fila, no podía más. “Si, nena, tomala toda”, le dijo con voz entrecortada mientras acababa con un placer infinito. Quedó temblando dos minutos por reloj extasiado del placer, tratando de volver en sí. A los quince minutos estaban en su hogar, le abrió gentilmente la puerta de entrada, y en el ascensor comenzaron a matarse a besos, él comenzó a tocarle las tetas mientras le decía al oído: “Me volves loco nena, sos preciosa”, la levantó para poder seguir besándola mientras trataba de abrir la puerta del departamento. Martín tenía todo preparado para este tipo de situaciones: música tranquila, chill out, unas esencias aromáticas y un champagne en la heladera. La recostó en el sillón: “Dame un minuto que abro un champagne, ya estoy con vos bonita”. Prendió el hornito aromático, puso la música indicada, y volvió al sillón con dos copas, y el champagne dentro de un balde con hielo.
(Continuará)

miércoles, 5 de enero de 2011

El cazabobos

I
(Intro)

Para situar al lector en el tiempo, el cual es el único hilo conductor de los hechos que se suscitan en esta vida terrenal, los acontecimientos aquí narrados se remontan a los inicios un enero del 2007, en esta Ciudad de Buenos Aires .
Situado en lugar y tiempo, puedo comenzar la crónica de los hechos que de alguna manera cambiarían el mundo, o por lo menos el suyo.

II
(El Cazabobos)

En una mañana cálida y soleada, Carlos salió como todos los días a pasear a su perra. Nada trascendente. Espero pacientemente cada vez que “Pitu” paraba a hacer sus necesidades. Saludaba alguna vecina vieja, la cual abundaban en el barrio, con un gesto amable y poco paciente. Caminó sus 3 religiosas cuadras y a la 4ta. un simple acontecimiento cotidiano rompería la armonía por siempre:

-         Hola, como va? – dijo el aparentemente frustrado encargado de la remiseria.
-         Bien, bien – contestó con un sueño perdurable que impedía un dialogo más profundo.

Se quedó esperando que Pitu lo alcanzase, ya que siempre paseaba sin correa. Fue en ese momento en que notó una especie de extraño talismán en el remisero “putito”, como el lo llamaba.
Era un colgante que le llegaba casi hasta el ombligo, con tres círculos sostenidos por un hilo: el 1ero. tenía una especie de telaraña, el 2do. estaba vacío, y el 3ro. estaba cubierto por una piedra: circular, lisa, de montaña.

-         Que es eso que usas colgado? –preguntó Carlos.
-         Esto? Es un talismán. Realizado por una tribu salteña, los wiquis... – contestó él.
-         Mira vos… es muy original y extraño a la vez. – interrumpió Carlos
-         Si lo sé. Y ya que preguntas, te explico: tiene la simple finalidad de ayudarme a cazar espíritus, almas, que aún no han sido condenadas.
-         Como, que estás diciendo?
-         Lo que escuchas. Mi misión acá, en esta tierra, es la de cazador de espíritus. En mi vida anterior no hice las cosas del todo bien. Fui juzgado y condenado, mi alma original se encuentra en el infierno.

Aquí quiero hacer un parate en el relato, y así poder explicar el concepto de infierno: la nada absoluta eterna, algo muy difícil de explicar en esta vida terrenal. Solo Dios comprende realmente esto del tiempo sin tiempo y de la nada absoluta. Pero para explicarlo de alguna manera, el lector deberá jugar con su imaginación. Pensar que un segundo es para siempre, dicho de otra manera que el segundero del reloj avanza un segundo, y acto seguido vuelva hacia atrás. Esto por siempre y para siempre. Tenemos un concepto, el de eternidad.
En cuanto al otro, la nada absoluta: el desamor, el vacío y la soledad combinadas con una intensidad insoportable.
A modo de experiencia (no muy agradable), le propongo al lector que reviva en su mente la mayor experiencia traumática que haya vivido en su vida. Con la salvedad que esta tiene que tener los Elementos citados, sino deja de ser traumática: desamor, vacío y soledad; absolutos y juntos. Luego hacer de cuenta que esto va a ocurrir por siempre y para siempre.
Si el lector no ha vivido alguna experiencia de este tipo, de alguna manera ha tenido suerte hasta el momento. Y siendo así, le puedo llegar a proponer como ejemplo sustituto: que se imagine a sí mismo en el medio del Tibet. En un ámbito desértico, sin nada ni nadie, condenado a no morir nunca y siempre vivir en esta situación.
Aclarado este punto, puedo proseguir con el relato.

-         Aja, esta bien. Y eso que decís, de donde lo sacaste, donde está escrito? – inquirió Carlos, siguiéndole la corriente.
-         No importa donde, lo importante es que existen escritos antiguos que dan testimonio de nuestra existencia. Y yo ahora y aquí voy a luchar por conseguir tu espíritu para poder salvarme, te he elegido. Tu destino está sellado. – respondió el remisero.

En ese momento, a Carlos le corrió en escalofrió húmedo por toda la columna vertebral, hasta llegar al cerebro y hacerlo temblar.
Había que pensar, rápido, exacto y no equivocarse. Un movimiento desatinado podría acarrear en un jaque mate letal, peor que el mortal.
Pensó, a la velocidad de la luz, y lo mejor que se le ocurrió era llamar a esa “Bruja”. Sí, a esa bruja anciana, tranquila, pausada, cariñosa y contenciosa.

-         Voy a llamar a una bruja. – dijo Carlos con tono seguro y decidido
-         Para, para!! Espera un momento, que hay brujas buenas y malas. Nos vas a quitar poder: a vos y a mí. Yo te puedo hacer muy poderoso, dejame explicarte …

El remisero se quedó hablando solo. Carlos se alejó media cuadra para poder estar tranquilo. El contacto que había tenido con ella hasta el momento había sido telefónico. Se la había recomendado una persona de su confianza, fue por eso que confió.
Tomó el celular y marcó.

-         Hola Graciela, que tal, soy Carlos. Espero me recuerdes... Ahora estoy con un caza espíritus que me dice que quiere mi alma. – le dijo decidido y sin pausa ni introducción
-         Hola. Donde estas? – contestó ella con tono preocupado
-         En Zabala y Villanueva
-         Dejame este asunto a mí, relajate. Voy a ver que tan poderoso es, pero no creo que mas que yo.

      Y ella cortó. Carlos volvió sobre sus pasos, y ahí todavía estaba este “caza espíritus”.

-         Ahhh, porque hiciste eso. – esgrimió simplemente con dolor el remisero.
-         Que paso?
-         Un dolor en el pecho, ella se me metió. Pero está bien, lo puedo soportar. Lo que acabas de hacer cambió ahora la historia, y la tuya. Antes estábamos vos y yo. Ahora somos tres. Vos; yo, que quiero tu espíritu; y la bruja, que me lo impide. Y hay un cuarto, “Dios”. El es el jefe, vos su encargado en la tierra, y nosotros dos, dos mortales que ya han tenido su oportunidad en la tierra, y ahora estamos viviendo nuestra 2da. chance. Vos sos el director de orquesta de este trío. Pero tené mucho cuidado, que es mucha responsabilidad para una sola persona. Y cuando uno tiene mucha responsabilidad y decide mal, las consecuencias son directamente proporcionales a esa responsabilidad.


III
(La bruja)

      Días atrás, Carlos estaba en una de esas comidas familiares que solían juntar a unos cuantos. Hacía un tiempo que quería ver a una vidente o “Bruja”, como se la llama habitualmente. Y ese día sería el puntapié inicial para iniciar ese contacto.

-         Alguien fue alguna vez a una bruja? – pregunto Carlos, al grupo en general, para ver quien respondía.
-         Sí -  dijeron unos cuantos. Pero sólo le intereso el sí de una persona.
-         A ver, vos, Marta. Fuiste a una bruja?
-         Bueno, en realidad yo no. Pero tengo una amiga que va todos los meses. Empezó yendo porque estaba deprimida. Esta persona empezó a guiarla espiritualmente, y finalmente pudo salir de la crisis. Después siguió yendo porque con su guía se sentía mejor y en general las cosas que esta mujer le predecía, se cumplían. – contestó ella.
-         Ah, mira vos. De casualidad tenés el teléfono? – pregunto Carlos tratando de disfrazar el tono ansioso.
-         A ver, dejame ubicarla a ella y te lo paso.

      Y así fue, a los pocos días Carlos tenía el teléfono de la Bruja. Lo agendó en su celular y esperaría el momento propicio para llamarla.



IV
(El desayuno)

      Al tiempo… un día sábado, Carlos fue a visitar a su madre a su casa. Desayunó algo, y al rato apareció el novio de su madre, Jorge. Una persona que Carlos creía conocer bien. Con la cual habían pasado más de una vacación juntos, y al cual apreciaba: ya que en más de una ocasión le había dado alguna mano que el mismo padre biológico de Carlos no supo o no quiso darle, algo así como un padre sustituto de a ratos.
      Pero ese día Carlos se sentía distinto, había dejado de confiar.

-         Buen día – dijo Jorge
-         Hola – contestó Carlos
-         Mirá vamos a tomar un cafecito con tu madre, acá nomás. Querés venir?
-         Bueno, dale vamos. Y de paso, vos que sos un eximio mediador, me explicas algo. El otro día, en la facultad, hablaban de la mediación y me gustaría que me explicaras bien que es.

      Esperó a que su madre se alistara, y al rato nomás estaban en camino hacia el cafecito.

-   Bueno, contestando lo que me preguntabas: La mediación de alguna manera es un arte. Se debe tener en cuenta los intereses de las partes y llegar a un consenso entre ambas. Entonces, haciendo uso de algunas estrategias discursivas, lograr que se convenzan que las necesidades de estas se encuentran satisfechas. – comenzó a explicar Jorge
-   A ver… vos lo que decís que en cierta forma, es que tenés que convencerlos de que sus respectivos intereses están satisfechos. Sea cierto o no. – replicó Carlos
-   Bueno, es una manera de verlo. Acá no importan los intereses en sí. Se pone el foco en la percepción que las partes tienen sobre estos. Se indaga en el contenido subjetivo que ellas tienen sobre sus intereses. Sucede que la concreción de estos genera una sensación de satisfacción, de deseo consumado, de poder y dominación sobre el otro. Aquí radica el secreto: lo que se debe lograr es generar esta sensación mediante el diálogo, convencerlos de que ellos tienen el control. Una vez que logro hacerlos llegar e ese punto de satisfacción, cualquier acuerdo propuesto siempre es aceptado. Al margen que se cumplan o no los intereses originales, que en ese punto ya están olvidados. Como conclusión te diría que la realidad no es real en forma intrínsica. No depende de nuestra percepción sobre esta. Más bien depende de la visión que le da un tercero a esta y nosotros adoptamos como propia, sin saberlo.
-   Si puede ser que tengas razón, pero para mí eso es manipular. Lo importante es ser sincero, auténtico. – respondió Carlos, totalmente desconcertado
-   Justamente, la idea es poder manejar la dialéctica sin dejar de lado la autenticidad. Aunque en realidad lo auténtico sea solo una percepción personal de la realidad. – finalizó Jorge.

Carlos empezó a analizar estos diálogos. Estos temas comenzaron a hacerle un corto circuito en su cabeza. No paraba de encontrar hilos inconsistentes y contradictorias en la conversación de Jorge. Como si se estuviese queriendo manipular o disfrazar algo, pero que?
Al llegar al café Carlos, que se quedó mudo en el resto del trayecto, comenzó con la inquisición.

-         Discúlpenme, pero no comparto lo que se está hablando acá.
-         Que es lo que no compartís? – preguntaron agresivamente su madre y Jorge al unísono, que este último para todo genero discursivo era muy hábil. Y consciente o inconscientemente, enredaba en cierta forma al interlocutor.
-         Lo que hablas y más concretamente la relación que Uds. Mantienen. Ese colgante que le regalaste a mi madre,  ese pacto de amor que en algún momento debieron haber hecho. No me cierra. – contestó Carlos temeroso, como arrepintiéndose de lo que decía mientras lo decía. Mientras señalaba una libélula enroscada que su madre tenía colgando del cuello.

      Carlos se metió en un terreno escabroso, no sabía como argumentar lo que estaba diciendo. Cosa que era una desventaja muy grande como para poder contrarrestar y explicar en que se basaba para sostener esto. Percibió que había alguna conexión maligna entre Jorge y el “caza espíritus”, ese colgante, tal vez. Trató de explicarlo: Comenzó a balbucear frases sin un hilo conductor claro y coherente. Sintió luego, que no valía la pena cuestionar algo que en todo caso habían elegido Jorge y su madre.
Jorge comenzó a mirar fijo a Carlos con una mirada impostada, penetrante y perversa. Sus ojos descolocados, de loco, hacían muy vulnerable a Carlos y terminarían por desequilibrarlo. Llegó un punto en que Carlos se sintió desestabilizado psicológicamente, pidió disculpas y volvió caminando a lo de su madre.
      Llegó 5 minutos antes que ellos. Al llegar ellos, Carlos noto una mirada cómplice entre ambos y entró en un estado de persecución. Imaginó que en el viaje de regreso, Jorge notó que Carlos tenía la intención de separar a la pareja. Y convenció a su madre de que el no estaba en su sano juicio y lo mejor sería internarlo en alguna clínica psiquiatrica. Cosa que no era muy disparatado, ya que había sido visitador médico en distintos centros psiquiátricos, y muchas veces daba diagnóstico de trastornos de terceros simplemente basado en su juicio, sin ser médico, claro esta.
      Ante este escenario amenazante, sin pedir permiso, se fue de la casa. Fugándose prácticamente, antes que la paranoia y la inquicisión verbal lo afectaran más aún.
      A las 3 cuadras, recordó que tenía el teléfono de Graciela, la bruja, y decidió llamarla

-         Hola Graciela, mira mi nombre es Carlos, y me pasó tu numero una persona.
-         Hola, hola, como andas?- contestó un voz tranquila del otro lado
-         Nada bien. Mirá me gustaría verte, me acabo de escapar de la casa de mi Vieja. Me puse muy nervioso y el novio de ella me trastornó un poco la cabeza.
-         Ah... bueno – contestó- Pero no podes volver?
-         No, me pone muy paranoico, me hace mal. Quiero seguir caminando, e ir a mi casa, en Coghlan.
-         Bueno, mi vida, hace una cosa. Seguí caminando, esta persona está ejerciendo una energía muy negativa sobre vos. Yo trabajo en Coghlan, tranquilizate da unas vueltas y en media hora me llamas.

      Carlos se sintió más tranquilo. Las ideas desordenadas que surgían en su cabeza empezaron a fluir con menos intensidad y con mayor orden. Pasó la media hora y se dignó a llamarla.

-         Hola Graciela, ya estoy mejor. Esa persona me lastimo bastante, tal vez sin quererlo; pero me perturbó.
-         Si, lo sé. Vos estás muy sensible y te afectó su actitud un poco perversa.
-         Si eso mismo. Quiero verte, puede ser?
-         No mi amor, yo una persona viejita y ahora estoy desnuda. No puedo. Te pido por favor que tengas paciencia y aprendas, que seas como un águila. El tiempo te lo hará entender.
-         Mmmm – contestó Carlos sin entender lo que la bruja decía.
-         Te mando un beso, cuidate.
-         Bueno, bueno un beso. – contestó él desconcertado.

      Carlos tardó unos minutos en descifrar ese mensaje. Se dio cuenta que la bruja utilizaba metáforas, que no estaba desnuda, sino que la situación no era la óptima aún para que se vieran cara a cara. Lo que no entendía era a que se refería con lo del “águila”
      Entonces, caminó unas cuadras más y llegó a su casa. Tomó una vieja enciclopedia de fauna, que se encontraba en la biblioteca, y se fijó el significado de águila: “Ave rapaz longeva, que en algunos casos alcanza los 70 años. En a la mitad de su vida, esta sufre una serie de transformaciones físicas, en donde debe decidir si seguir viviendo o no. Su pico se debilita y sus garras también; lo que le impide poder seguir cazando. Es en este momento en que el águila decide si: sufrir y golpear su pico contra las rocas y rasgar con sus uñas superficies sólidas para poder renovar pico y garras y poder así seguir cazando, auto inflingiendo un dolor casi insoportable; o directamente morir de hambre.”
      Carlos entendió así el mensaje, había tenido en su vida momentos de mucho sufrimiento; pero este quizás sería uno de los más grandes.
      El mensaje se había aclarado en la mente de Carlos, el enigma seguía en pie y nada volvería a ser como antes.


V (la estadía)

Al día siguiente Carlos, luego de haber dormido tranquilo en su hogar, se encontraba más tranquilo y repuesto de los acontecimientos del día anterior. Volvió a la casa de su madre para visitarla. Esta vez Jorge no estaba allí.

-         Hola vieja, como andas? – la saludo Carlos desde la puerta.
-         Hola. Lo mejor es que te quedes acá, no te veo nada bien –le dijo su madre con tono preocupado.
-         No vieja, por favor, dejame hacer mi vida. Acepto que no estoy bien, pero dudo que estar acá me haga sentir mejor. Aparte es sábado: quiero salir para despejarme.
-         No, Carlos, ya está decidido. Te quedas acá a dormir, por lo menos hoy. Así me quedo más tranquila.

      La suerte de Carlos estaba echada. Se quedaría esa noche, quizá la más traumática de su vida. Carlos ya no confiaba demasiado en su madre. Creía que su espíritu, en teoría maternal y noble, estaba teñido del alma de su pareja, y en esto no estaba muy alejado de la realidad.
Cabe aclarar, que como ocurre en toda relación humana, al haber amor existe un pacto, implícito o explícito, en que las almas se funden entre sí para formar una sola. Y Carlos estaba convencido de que ese pacto estaba sellado por esa maldita libélula, que seguía ahí: colgando del cuello de su madre.
      La cenaron en silencio y luego se despidió de los comensales: su hermano y su madre, y se fue al cuarto que le habían dado, su ex cuarto. Cerró la puerta y se sintió completamente encerrado, tal como si estuviese en una cárcel.
      No quería salir de la habitación, sentía que corría peligro. La empezó a estudiar con la vista. Un rosario gigante colgado en la pared, 10 veces más grande que uno común. La cómoda con las fotos familiares: su hermano, su hermana y su madre.
      Unos cordones de zapatillas; una cola de zorro; un cartel de un cumpleaños que había hecho la novia de Carlos para un cumpleaños de su madre; muchos libros que estaban en el estante; una vara de metal de una cortina, un espejo y una ventana desde la que se llegaba a ver la luna llena.
      Se tiró en la cama dispuesto a dormir; pero al cerrar sus ojos, su mente no quería parar. Se levantó y se puso a ordenar el cuarto, primero la cómoda. Dispuso las fotografías junto con el cordón de zapatillas y la cola del zorro, de tal manera que parecía el altar de un santo o una práctica de magia. Distintos factores comenzaron a adueñarse  de los actos de Carlos: el caza espíritus, su madre y Jorge. Comenzó a perder la racionalidad que lo caracterizaba: tomó el rosario gigante, se lo colgó,  y salió de la habitación  tomando la vara como una especie de lanza, a modo de protección.
      Bajó las escaleras, para ir a la cocina. La cruz del rosario golpeaba sobre  los escalones de madera, haciendo ruido. Su madre escuchó el sonido y bajó tras él.
      Carlos se sentó en un sillón con la lanza hacia arriba.

-         Vieja, por favor no te me acerques – Le pidió amablemente, desconfiando mucho de ella.

      Ella obedeció y se sentó en el sillón de enfrente. Serían las 4 AM y ninguno de los dos había dormido.           

-                     Madre, quiero que me mires fijo. Quiero que te concentres en mi mirada. Quiero que me digas que es lo que esta pasando.

      Ella lo escuchaba atentamente, y lo miraba fijamente, se encontraba como hipnotizada. Comenzó a encogerse, cada vez más, sobre sí misma, en silencio.

-         Madre, que te pasa? Estas en una posición rara, como fetal. Sos un bebe? Sí, sos un feto de 4 meses. Ahora, contestame, quien sos? – le preguntó Carlos
-         Yo, soy un bebe de 4 meses. Yo soy vos. – contestó ella.
-         Entonces, yo quien soy?
-         Vos sos un aborto. Un aborto de la naturaleza. – contestó ella
-         Y vos, sos vos mi madre. Te ordeno que te despiertes y te reincorpores.

      Ella se reincorporó con su mirada descolocada. Esto desequilibro aún más el alma y la psiquis de Carlos. Ya comenzaba a amanecer. Subió las escaleras, se quitó el rosario, se acostó y durmió apenas dos horas.


VI
(El desequilibrio)

      Ese lunes Carlos se levantó con mucha energía, muchísima; pero también con una paranoia exacerbada. Sentía que la gente que lo rodeaba y quería, lo perjudicaría, sin desearlo quizás.
      Se preparó para ir al trabajo como todos los lunes. Nada demasiado relevante para destacar en cuanto a lo laboral. Tan sólo que le comentó a su cliente que estaba atravesando un momento complicado en su vida, y este le sugirió que se cagara en todo el mundo, y se fuese a jugar ese día al golf, que se desconectara de todo y de todos. Buen consejo, que de haber obedecido, el curso de los hechos seguramente hubiese sido otro.
Quería volver al mediodía a su casa, pero antes se había comprometido a pasar por la casa de su madre a tomar una medicación. Ella había consultado a un psiquiatra para ver que le podía suministrar a Carlos para bajarle el nivel de ansiedad. Este le recetó una medicación que debía administrar su madre, mucha confianza se ve que no le tenían. Así que llamo telefónicamente a su madre.

-         Hola, vieja, quiero que nos encontremos en mi departamento, no quiero pasar por tu casa.
-         Bueno, a la una estoy, si?
-         Si, un beso.

      Carlos llego 12:30, y se dispuso a esperar. A la una sonó el timbre y Carlos, que hasta ese momento estaba aparentemente tranquilo Carlos, explotó. Sentía que no podía confiar demasiado en su madre. Percibía que su alma estaba sucia por el amor que sentía por su pareja. El la quería salvar. Atendió el portero.

-         Hola vieja?
-         Si, soy yo.
-         Bueno, escuchame bien lo que te digo. Quiero que vayas ahora a la remisería – le ordenó Carlos, pensando que si iba allí el caza espíritus le robaría la parte maligna de su alma.
-         No, no, Carlos, para que? Esto no tiene sentido.
-         Ah, no?, bueno, entonces esperá que tenga ganas de abrirte.

      Habrían pasado diez minutos, cuando Carlos se decidió y bajó a abrirle. Conversaron unos minutos de temas triviales. Mientras hablaban, él pensaba la manera de ayudarla. Comenzaron a discutir violentamente. No es demasiado relevante explicar aquí cuál fue el diálogo preciso. Básicamente, él comenzó a cuestionar su relación y ella a defenderse. La discusión llego a un punto donde Carlos perdió el control y agarró del cuello a su madre, pensando quizás en que la muerte era el único medio de liberación para ella. En menos de un segundo recapacitó, la soltó, se asustó de si mismo y salió del departamento en busca de la policía. Pero quien sabe para que, para auto incriminarse, para incriminar a su madre, para que?
      Al salir se cruzó al remisero. Estaba ahí parado. En la puerta de la remisería, con una sonrisa sarcástica, como disfrutando de la situación. Carlos demoró unos 20 minutos en volver, sin la policía. No había encontrado a ninguno. Los vecinos se habían acercado al lugar y su madre decidió abrirle.
      Estaba exhausto: físicamente y psicológicamente. Sus pensamientos estaban muy desordenados. Sentía que no estaba sincronizada la mente con el alma, y eso es no era un buen presagio. Al rato llegó la policía, seguramente alertada por su madre. De muy buena manera, notaron que Carlos no era malo, que estaba confundido, empezaron a preguntar acerca de lo sucedido: quien era él, a que se dedicaba. Comenzó a sentirse mal, muy mal, descompensado físicamente. La ambulancia ya estaba en camino.

VII
(El hospital)

      Se encontraba dentro de una ambulancia, acostado en una camilla. Sintiendo que su alma no estaba consigo. Junto a él: su hermano, que había llegado de casualidad junto con la policía,  y un médico que intentaba tranquilizarlo.

-         Carlos, me escuchas? -le decía el médico. Junto a su hermano que tomaba con humor el hecho de estar en una ambulancia. Y para ser sinceros tenía razón. Era una cómica situación, por lo menos, desde su punto de vista.
-         Si te escucho, claro. Pero no puedo parar los pensamientos y las sensaciones que se disparan dentro de mi cabeza.

      Sentía una disritmia funcional, la cabeza iba rapidísimo, su corazón intentaba latir al mismo ritmo. Su cuerpo estaba pesado e inmóvil, y el alma: que es la directora de orquesta en el cuerpo,  simplemente estaba ausente.

-         Trata de tranquilizarte, pensá despacio. – dijo el médico
-         No puedo, siento que el alma se me fue del cuerpo. El caza espíritus me está ganado… - llego a balbucear.

      El médico sabía de qué estaba hablando Carlos. Él sabía de la existencia y del “modus operandi” de estos sujetos.
      En ese momento suena el celular de Carlos. Atiende prácticamente inconsciente, perdiendo la relación espacio-tiempo y le contesta a una operadora de la obra social sin saber ni recordar la conversación.

-         Quien llamó? Necesito saberlo. Los caza espíritus operan en zonas determinadas, como las áreas de coberturas de los celulares. Y ese llamado capaz no es un buen augurio.- con tono preocupado preguntó el médico
-         No se alguien de la obra social, esperá que me fijo el número.

Carlos se fijó el número de la última llamada recibida, discó y le pasó el celular al médico. Esta habló algo que Carlos no llego a escuchar, y luego llegaron a la clínica. El médico comentó que le iba a explicar la situación a los médicos tratantes, para que no se asustaran. Carlos no entendió a que se refería con que “no se asustaran”. Lo acostaron en una cama. El pidió que lo dejaran solo y que cerraran la puerta.
Quedó totalmente solo, en esa habitación de 4x4.
Se concentró en su respiración, que era cada vez más lenta. En los latidos de su corazón, que cada vez eran más espaciados. Y en sus pensamientos que cada vez eran mas tenues.
Sentía que estaba muy debilitado, toda la orquesta se iba apagando dentro de él.
Quiso gritar y pedir ayuda, pero no tenía las fuerzas necesarias. Tomó conciencia de que estaba sólo, de que nadie lo ayudaría y que todo dependería de él.
Sentía que su vida se apagaba, que el fin se acercaba, hasta que pudo serenarse. Una imagen le vino a la cabeza: un “águila”, con sus alas desplegadas. Se aferró al rosario que tenía puesto. Puso su mente totalmente en blanco y se concentró en lo esencial: sus latidos y su respiración.
      Lentamente, primero una inspiración, un latido, una exhalación y una sola palabra en su mente: “Dios”. Luego, una inspiración más profunda, dos latidos, una exhalación y tres palabras en su mente: “Dios está conmigo”. Así unos 10 minutos, hasta que supo que sabía que tenía fuerzas para hablar.

-         Quiero el equipo médico. Ya mismo, acá dentro!! – gritó en modo imperativo, sintiendo que todo ese equipo lo había abandonado a su suerte.

      El primero en ingresar fue el jefe del equipo, con gesto serio y distante.

-                     Si, que pasa? – dijo con voz seria y tranquila el jefe.
-                     Que pasa? Pasa que Uds. Son una manga de pelotudos inconscientes, que casi me dejan morir acá!! - comenzó a gritar con violencia Carlos.

      El jefe se acercó al anestesista y le pidió que preparara una droga sublingual para tranquilizarlo. Se la suministraron y Carlos, a los pocos minutos, despertó y comenzó nuevamente la inquisición, esta vez con más vehemencia aún. Nuevamente, se repitió este proceso del tranquilizante, esta vez con otra droga inyectable, más potente. Carlos se durmió, o al menos eso parecía. Las sensaciones de muerte volvieron a adueñarse de él, haciéndole prácticamente insoportable la existencia. Intentaba despertarse, concentrando todas sus fuerzas en eso.

VIII
(Fin)

      Al cabo de media hora, Carlos se reincorporó de la cama esta vez estable y tranquilo. Con una visión clara en su mente. Se concientizó de que no podría vivir mientras el caza espíritus también estuviese vivo, clamando por su alma. A rato le dieron el alta y salió de la clínica. Por la noche cenó en lo de su madre y partió a su casa -su madre no estaba de acuerdo con esto, pero el parecía recuperado-.
Llegó a eso de las 23 hs. Sin saber que a veces las casualidades, que no son tan casuales, le depararían una sorpresa.
Notó que la remiseria estaba abierta, seguramente el remisero estaba en el turno noche. Paso con su mascota, y efectivamente, ahí estaba. Terminó de dar la vuelta manzana. Subió al departamento, tomo un rosario artesanal de una cuerda dura: pensó que podía llegar a ponerle el rosario en el cuello al remisero, trenzarse en una lucha y ahorcarlo hasta darle muerte. Por lo menos ese era su plan.
Tomó el rosario, bajó las escaleras, abrió la puerta principal y caminó los 20 metros a la remiseria. Sus ojos estaban inyectados en sangre, se sentía con una furia paranormal.
Entró a la remiseria, se topó con el “putito”. Carlos le clavó sus ojos inquisidores, violentos, llenos de ira. El remisero bajó la cabeza. Tomó algo del cajón y le dijo:

-                     Eres bueno y noble, y yo no. Perdí mi oportunidad y debo aceptar las consecuencias.

Tomó el arma, la apoyo en su sien, y apretó el gatillo. Carlos en ese momento respiró aliviado. Se sintió realmente libre, redimido, mientras veía como ardía el remisero, que gritaba con desesperación.

martes, 4 de enero de 2011

Endomino

Aún permanecía inmóvil en mi lecho. Mirando fijamente las grietas que avanzaban en el techo. Tratando de reordenar en mi cabeza la secuencia cronología de los hechos.
Con el transcurso del tiempo caí en la cuenta de que el culpable no era yo;  si no los mismos hechos, que al suscitarse en ese exacto orden tan demencial, me obligaron a actuar de la manera en que lo hice, en un sabio reflejo instintivo, bastante alejado de la lógica.
Todo comenzó ese lunes  siniestro y demencial. Me levante a la hora acostumbrada 7.30. Recuerdo que me incorporé de la cama sintiendo unos extraños escalofríos premonitorios. Tome un café amargo y emprendí mi camino hacia el subte, todavía con el letargo a cuestas.
Recuerdo que me senté en el último vagón, el olor rancio, a estancamiento, me perforaba las fosas nasales. Mi coche estaba semivacio, habría a lo sumo diez personas. El chillido agudo y estridente del roce de las ruedas y las vías comenzó a comprimir mis tímpanos. Todavía me encontraba en estado de somnolencia, cuando el impacto me hizo estremecer. Las luces comenzaron a parpadear. Se oían gritos desesperados. Mi primera reacción fue aferrarme a mi maletín. Calculo que habrían transcurrido unos 5 segundos cuando las tinieblas se convirtieron en una oscuridad densa. En ese instante un silencio impenetrable se apoderó del túnel, caí en la cuenta de que la gente que viajaba conmigo, por alguna razón inexplicable había dejado de existir. El silencio, la oscuridad y la soledad, lejos de paralizarme, me hicieron reaccionar con inusitada claridad. Me puse de pie y comencé a caminar a tientas, haciéndome valer por el único sentido útil en ese escenario desolador, mi tacto. La puerta estaba abierta, así que pegue un salto y lentamente comencé mi camino hacia el único hilo de luz que se veía al final del túnel. Con mi pierna derecha seguía el contorno de la vía, para no tocar las paredes húmedas. No sé cuanto tiempo habré caminado, la distancia a la luz no parecía acortarse, pero había un halo misterioso se adueñaba de mí y no me permitía claudicar a mi tenaz objetivo de llegar hasta esa luz. Habré caminado 2 a 3 horas, cuando finalmente llegue a la estación. No me sorprendí al verla totalmente deshabitada, solo unas luces de emergencia alimentaban la penumbra. Divise las únicas dos salidas, me dirigí a la mas cercana, estaba cerrada por una reja, al igual que la segunda. No se cuanto tiempo habrá pasado hasta que pude reaccionar nuevamente. Apunte mi reloj contra un hilo de luz tenue, eran las 23.10 hs. Habían cerrado el subte y yo permanecía allí. Me senté en un banco del andén, dispuesto a dormir, desconsolado, sin mas remedio que esperar hasta el otro día. Cuando me recosté una moneda cayo de mi bolsillo, rodó unos metros para terminar chocando contra una maquina de gaseosas. Me reincorporé dispuesto a ahogar la amargura con alguna bebida. Me incline a recuperar mis monedas, las introduje en este artefacto endemoniado, y presione un botón cualquiera. Nada. Comencé a patearla encolerizado y desesperado. La habré deslizado unos cm. Y alcance a distinguir una escalera por detrás. Con las ultimas fuerzas que me quedaban la empuje hacia un costado, hasta dejar al descubierto un pasadizo de un metro y medio aproximadamente. Me agache un poco, y comencé a subir los peldaños. Comencé a sentir el aire aún más asfixiante y rancio. Sentía que la superficie que pisaba giraba un grado por cada paso que yo daba. Comencé a mareame, sentía que las sienes me latían cada vez con mayor intensidad. La sangre hervía dentro de mi cabeza. Millones de pensamientos, sensaciones y sentimientos a lo largo de toda mi vida se precipitaban por reaparecer en un solo instante y al unísono en mi cerebro. Fueron los 5’segundos más intensos de mi existencia. Me aparecían flashes de mi niñez, mis compañeros de colegio, mis padres, algunas mujeres desnudas, sueños ya olvidados. Dolores, tristezas, sufrimientos, fracasos y nostalgias. Alegrías, felicidades, triunfos y orgasmos. Sentía que la carne se me desgarraba, que mi alma se perdía, y mi mente se deshacía.
Intenté levantarme de la cama, pero mi cuerpo no me respondía. Traté de fijar mi mirada en otro punto del techo, tampoco podía. Fue cuando me concienticé, que mi alma se encontraba encerrada en mi cuerpo vegetativo.