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martes, 4 de enero de 2011

Endomino

Aún permanecía inmóvil en mi lecho. Mirando fijamente las grietas que avanzaban en el techo. Tratando de reordenar en mi cabeza la secuencia cronología de los hechos.
Con el transcurso del tiempo caí en la cuenta de que el culpable no era yo;  si no los mismos hechos, que al suscitarse en ese exacto orden tan demencial, me obligaron a actuar de la manera en que lo hice, en un sabio reflejo instintivo, bastante alejado de la lógica.
Todo comenzó ese lunes  siniestro y demencial. Me levante a la hora acostumbrada 7.30. Recuerdo que me incorporé de la cama sintiendo unos extraños escalofríos premonitorios. Tome un café amargo y emprendí mi camino hacia el subte, todavía con el letargo a cuestas.
Recuerdo que me senté en el último vagón, el olor rancio, a estancamiento, me perforaba las fosas nasales. Mi coche estaba semivacio, habría a lo sumo diez personas. El chillido agudo y estridente del roce de las ruedas y las vías comenzó a comprimir mis tímpanos. Todavía me encontraba en estado de somnolencia, cuando el impacto me hizo estremecer. Las luces comenzaron a parpadear. Se oían gritos desesperados. Mi primera reacción fue aferrarme a mi maletín. Calculo que habrían transcurrido unos 5 segundos cuando las tinieblas se convirtieron en una oscuridad densa. En ese instante un silencio impenetrable se apoderó del túnel, caí en la cuenta de que la gente que viajaba conmigo, por alguna razón inexplicable había dejado de existir. El silencio, la oscuridad y la soledad, lejos de paralizarme, me hicieron reaccionar con inusitada claridad. Me puse de pie y comencé a caminar a tientas, haciéndome valer por el único sentido útil en ese escenario desolador, mi tacto. La puerta estaba abierta, así que pegue un salto y lentamente comencé mi camino hacia el único hilo de luz que se veía al final del túnel. Con mi pierna derecha seguía el contorno de la vía, para no tocar las paredes húmedas. No sé cuanto tiempo habré caminado, la distancia a la luz no parecía acortarse, pero había un halo misterioso se adueñaba de mí y no me permitía claudicar a mi tenaz objetivo de llegar hasta esa luz. Habré caminado 2 a 3 horas, cuando finalmente llegue a la estación. No me sorprendí al verla totalmente deshabitada, solo unas luces de emergencia alimentaban la penumbra. Divise las únicas dos salidas, me dirigí a la mas cercana, estaba cerrada por una reja, al igual que la segunda. No se cuanto tiempo habrá pasado hasta que pude reaccionar nuevamente. Apunte mi reloj contra un hilo de luz tenue, eran las 23.10 hs. Habían cerrado el subte y yo permanecía allí. Me senté en un banco del andén, dispuesto a dormir, desconsolado, sin mas remedio que esperar hasta el otro día. Cuando me recosté una moneda cayo de mi bolsillo, rodó unos metros para terminar chocando contra una maquina de gaseosas. Me reincorporé dispuesto a ahogar la amargura con alguna bebida. Me incline a recuperar mis monedas, las introduje en este artefacto endemoniado, y presione un botón cualquiera. Nada. Comencé a patearla encolerizado y desesperado. La habré deslizado unos cm. Y alcance a distinguir una escalera por detrás. Con las ultimas fuerzas que me quedaban la empuje hacia un costado, hasta dejar al descubierto un pasadizo de un metro y medio aproximadamente. Me agache un poco, y comencé a subir los peldaños. Comencé a sentir el aire aún más asfixiante y rancio. Sentía que la superficie que pisaba giraba un grado por cada paso que yo daba. Comencé a mareame, sentía que las sienes me latían cada vez con mayor intensidad. La sangre hervía dentro de mi cabeza. Millones de pensamientos, sensaciones y sentimientos a lo largo de toda mi vida se precipitaban por reaparecer en un solo instante y al unísono en mi cerebro. Fueron los 5’segundos más intensos de mi existencia. Me aparecían flashes de mi niñez, mis compañeros de colegio, mis padres, algunas mujeres desnudas, sueños ya olvidados. Dolores, tristezas, sufrimientos, fracasos y nostalgias. Alegrías, felicidades, triunfos y orgasmos. Sentía que la carne se me desgarraba, que mi alma se perdía, y mi mente se deshacía.
Intenté levantarme de la cama, pero mi cuerpo no me respondía. Traté de fijar mi mirada en otro punto del techo, tampoco podía. Fue cuando me concienticé, que mi alma se encontraba encerrada en mi cuerpo vegetativo.

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